domingo, septiembre 24, 2006

Neurología y experiencia mística

Reportaje tomado de El País, domingo 24 de septiembre. Sólo para fines académicos:

¿A qué podría reducirse una experiencia mística o cualquier tipo de experiencia (en el sentido de actividad cognitiva individual e irrepetible) si se pudiera inducir o producir artificialmente el efecto neurológico adecuado?


CIENCIA Y RELIGIÓN
REPORTAJE
Cuando Dios pone en ebullición el cerebro

Neurólogos de Canadá estudian la actividad cerebral durante las experiencias místicas de 15 monjas carmelitas
IGNACIO CEMBRERO
DOMINGO - 24-09-2006

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La superiora de las carmelitas, Diane Letarte, se somete a la experiencia en el laboratorio de la Universidad de Montreal, en diciembre de 2003. (CHRISTINNE MUSCHI)
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Máquinas para fomentar la espiritualidad
"Con este hallazgo no pretendemos confirmar ni descartar la existencia de Dios, ni, por supuesto, restar valor a las uniones con el Ser Supremo"
Vi un ángel que venía del tronco de Dios, con una espada de oro que ardía al rojo vivo como una brasa encendida, y clavó esa espada en mi corazón. Desde ese momento sentí en mi alma el más grande amor a Dios". Esta visión de santa Teresa de Jesús durante uno de sus éxtasis era frecuentemente achacada por los neurólogos a una rara epilepsia localizada en el lóbulo temporal del cerebro.
Así lo sostiene, por ejemplo, el neurólogo español Esteban García-Albea en su libro Teresa de Jesús: una ilustre epiléptica. Otros santos famosos, como el apóstol Pablo o Juana de Arco, también padecían esas convulsiones en el lóbulo temporal; de ahí su propensión a tener visiones.
Una investigación llevada a cabo por el neurólogo Mario Beauregard y su asistente, Vincent Paquette, del Centro de Investigación en Neuropsicología y Cognición de la Universidad de Montreal (Canadá), y financiado por la Fundación John Templeton, ha dado al traste con esta teoría: las experiencias místicas religiosas movilizan a nada menos que 12 zonas del cerebro sensoriales, motrices y de la conciencia, y no sólo al lóbulo temporal.
"Que quede claro que con este hallazgo, que demuestra que no hay un área cerebral específica para la espiritualidad, no pretendemos confirmar ni descartar la existencia de Dios ni, por supuesto, restar valor a estos estados de unión con, digamos, el Ser Supremo que irradia el amor que viven los místicos", precisa de entrada Beauregard. Las conclusiones de sus trabajos serán publicadas mañana por la revista Neuroscience Letters, aunque la universidad ya las ha anticipado.
Para efectuar su investigación, Beauregard utilizó a 15 monjas carmelitas, "porque esa orden constituye la élite de las religiosas contemplativas", señala. No le fue fácil convencerlas. Para superar sus reticencias, el arzobispo de Montreal, monseñor Jean-Claude Turcotte, accedió a escribir una carta avalando la experiencia. "Gracias a la carta y argumentándoles que íbamos a hablar de su orden y de Dios, acabaron cediendo", afirma el neurólogo.
De las que, al final, se prestaron voluntarias el equipo científico, seleccionó a 15, de entre 23 y 64 años, procedentes de diferentes conventos de Ontario y Quebec. Llevaban una media de 20 años en la orden. Eran personas sanas, que no habían sufrido ninguna perturbación neurológica o psiquiátrica, y no fumaban. Todas habían tenido al menos una experiencia mística. Su identidad no ha sido desvelada, excepto la de Diane Letarte, una madre superiora.
"Ahora bien, las hermanas nos recordaron que Dios no puede ser convocado cuando se les antoje, y menos en el laboratorio de una universidad, por mucho que esté insonorizado y que hayamos reproducido los colores y la luminosidad de sus celdas de clausura", señala Beauregard rememorando las dificultades con las que se topó.
"Por eso no les instamos a que tuvieran una experiencia mística, sino a que recordaran la más fuerte de las que tuvieron", prosigue el neurólogo. "En anteriores experimentos se pidió a actores que revivieran el momento más emotivo de su existencia y lo hicieron casi con la misma intensidad que cuando lo vivieron. A las monjas les pedimos lo mismo".
Tras una larga preparación, el cerebro de las carmelitas fue analizado por aparatos de resonancia magnética nuclear con imagen, electroencefalografía y tomografía mediante emisión de positrones, que miden el riego sanguíneo y los procesos celulares bioquímicos y psicopatológicos. Nunca se habían utilizado para este tipo de experimentos.
El resultado fue que la actividad eléctrica y el oxígeno en la sangre aumentaron en 12 zonas del cerebro -un número superior al que suele requerir cualquier actividad intelectual-, y éste emitió también ondas theta, asociadas con la creatividad, la meditación y la memoria, y también delta, relacionadas con fases profundas del dormir y sueños que se hacen despierto.
"La emisión de estas ondas confirma que las monjas no simularon", asegura Beauregard que las entrevistó a la salida. Aseguraron haber experimentado una sensación de paz y notado la presencia de Dios que les daba "amor infinito". Los neurólogos recalcan que sólo quedó demostrada la amplitud de la movilización cerebral.
En círculos católicos el resultado alcanzado por Beauregard despertó interés aunque, subrayan, le faltó una dimensión. "Esos estudios nos brindan una comprensión fascinante" del funcionamiento del cerebro, comentó, resumiendo una opinión generalizada, el padre Stephen Wang, profesor en el seminario londinense de Allen Hall. "Pero no deben hacernos creer que la oración y la experiencia religiosa son sólo una mera actividad cerebral".
Máquinas para fomentar la espiritualidad

LOS RELIGIOSOS contemplativos tienen experiencias místicas porque las ansían y, según ellos, porque Dios así lo ha querido. Pero la ciencia puede lograr que
el común de los mortales viva momentos parecidos, acaso no tan intensos, pero por lo menos impregnados de espiritualidad.
"La ciencia conseguirá modificar la espiritualidad de las personas", vaticina el neurólogo canadiense
Mario Beauregard, de la Universidad de Montreal. "Hoy día logramos fabricar en laboratorio ondas theta, delta, etcétera, asociadas con ese estado mental",
prosigue.
"Si una persona nos visita en el laboratorio y acepta que estas ondas se emitan junto a su cerebro, éste acabará, al cabo de unos diez minutos, sintonizando con ellas y también irrandiándolas". Es una tendencia natural del cerebro, deseoso de comunicarse, y que
no requiere ningún esfuerzo.
Si ese cobaya "es algo creyente, se potenciará su propensión a pasar por un trance espiritual sin llegar, ni muchos menos, al misticismo", señala Beauregard. "Si, en cambio, es un acérrimo ateo, hará otra interpretación de su estado de ánimo alejada de la religión".
¿Cabe entonces imaginar que en las iglesias del
futuro estarán instalados aparatos que propaguen esas ondas que fomentan la espiritualidad para que los
fieles recen con más fervor? Beauregard no contesta
a la pregunta, que nada tiene que ver con la ciencia.