domingo, octubre 11, 2009

Crichton, el indispensable

Polémico y creativo como fue, Michael Crichton, a casi un año de su muerte, no deja de ser actual, aquí, parte de la Introducción a su magna novela Parque jurásico (Barcelona, Plaza y Janés, 1991), con relación a los comentarios del Dr. Linares sobre la miopía estructural de muchos científicos (o, más bien, tecnocientíficos, por utilizar el témino que puntualmente el doctor maneja en su libro Ética y mundo tecnológico ):

«La revolución biotecnológica difiere de las transformaciones científicas anteriores en tres aspectos importantes:
»Primero, está muy difundida. Norteamérica entró a la Era Atómica a través del trabajo de una sola institución investigadora, en Los Álamos. Entro en la Era de las Computadoras a través de los esfuerzos de alrededor de una docena de compañías. Pero hoy las investigaciones biotecnológicas se llevan a cabo en más de dos mil laboratorios sólo en Norteamérica. Quinientas compañías de gran importancia gastan cinco mil millones de dólares anuales en esta tecnología.
»Segundo, muchas de las investigaciones son irreflexivas o frívolas. Los esfuerzos por producir truchas más pálidas para que sean más visibles en el río, árboles cuadrados para que sea más fácil cortarlos en tablones y células aromáticas inyectables para que una persona tenga siempre el olor de su perfume favorito pueden parecer una broma, pero no lo son. En verdad, el hecho de que se pueda aplicar la biotecnología a las industrias tradicionalmente sujetas a los vaivenes de la moda, como las de los cosméticos y el tiempo libre, hace que crezca la preocupación por el uso caprichoso de esta tecnología nueva
»Tercero, no hay control sobre las investigaciones. Nadie las supervisa. No hay legislación federal que las regule. No hay una política estatal coherente ni en Norteamérica ni en parte alguna del mundo. Y, dado que los productos de la biotecnología van desde medicinas hasta nieve artificial, pasando por cultivos mejorados, resulta difícil instrumentar una política inteligente.
»Pero más perturbador es el hecho de que no se encuentren voces de alerta entre los científicos mismos. Resulta notable que casi todos los que se dedican a la investigación genética también comercian con la biotecnología. No hay observadores imparciales. Todos tienen intereses en juego» (pp., 9-10).

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