El caso Cabañas tiene un orden policiaco-mediático-deportivo propio. Los medios se han encargado de masificarlo y no es eso lo que ahora quiero subrayar. Está, por supuesto, la desgracia personal que, como ciudadano y fanático del futbol, comparto afligido, gracias a esa peculiar solidaridad abstracta que nos une como especie.
Quiero, en cambio, destacar la cualidad de bioartefacto con dueño que tienen los deportistas, en general, y los futbolistas, en particular, en nuestra era postmoderna. En medio del zipizape mediático-policiaco que siguió al hecho de sangre, un personaje puso orden y dirigió la maraña de curiosos, periodistas, amigos, médicos y familiares en torno al jugador: su dueño (o uno de ellos, ya que el Club es una sociedad comercial), Michelle Bauer. Como un moderno Próximo (John Reed en Gladiador (2000) de Ridley Scott), Bauer se dedicó a orquestar todo lo que ocurría en torno a su gladiador: las atenciones médicas, las conferencias de prensa, los vínculos con Paraguay y, claro está, la solidaridad de sus compañeros de equipo. Por supuesto, lo que está en juego es una inversión millonaria, la baja de un costoso bioartefacto, un activo caro para la empresa que ha quedado irremediablemente deteriorado. No niego que posiblemente haya rasgos humanitarios en el director del América, pero sí que su impronta en torno al atentado en contra del delantero del equipo de Coapa y de la Selección de Paraguay pone de relieve prístinamente un añejo pero acuciante tema de Lukács: la cosificación como metabolismo de la sociedad contemporánea.
Saludos.
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