jueves, septiembre 03, 2009

blade runner ...

El gusto por las profecías autocumplidas disfrazado de “cliché”, ¿refrán?, dicho popular, o, en el mejor de los casos, idea predominante de “nuestros tiempos” es, sin duda, una fuerte razón para empezar a temer que tanto la literatura como los argumentos cinematográficos planteen, y en un sentido inminente, el devoramiento de la existencia humana por la tecnología (o el debatido concepto de artificial) y es que si “la realidad supera siempre a la ficción”, dichas expresiones artísticas parecen esbozar la antesala no sólo de nuestra decadencia sino de nuestra extinción.
Pocos son los ejemplos que tengo a la mano debido a mi escaso conocimiento en cine y literatura de ciencia ficción, pero desde Star wars hasta Matrix, pasando por esfuerzos menos comerciales –aunque no siempre bien logrados- como Fahrenheit 451, o por la obra de George Orwell, 1984 (al parecer antecedente inmediato del big brother y profética representación de la función enajenante de la tecnología), y llegando hasta Inteligencia artificial (versión “humanizada” de Robocop y Terminator), y el cándido y bien musicalizado Wall-e; dos factores en común entretejen lo que “visualizamos” por futuro….
Blade Runner, no me parece la excepción. Al margen de la profunda y, a mi modo de ver, casi conmovedora representación de la muerte de dios, y el glorioso “All those moments will be lost in time, like tears in the rain…”-glorioso sólo por su contexto-, el argumento no escapa de la “rebelión de la técnología” y de aquello que, en general, superficialmente juzgamos de sobrante, trillado y, asombrosamente, ¡lo ficticio!: la “love story".
Pues bien, sobre estos dos ejes que conducen el plano de la ficción (por mucho que otros factores las hagan narraciones diferenciables) creo que es pertinente detenernos un poco.
Si colectivamente predomina conciente o inconscientemente la idea de que la ficción se ve superada por la realidad ¿no nos estamos predisponiendo –y con demasiada antelación- a una finitud provocada, como si nosotros mismos estuviéramos ansiosos por construir el escenario idóneo para nuestra destrucción, como si nuestra insoportable naturaleza finita se hiciera de pronto soportable por un autoaniquilamiento, por un “ganarle” a la naturaleza, a nuestra naturaleza? O bien, si en efecto es nuestra naturaleza concebir la Naturaleza tal cómo ella lo haría, ¿no resulta algo denunciante que como resultado de la “inteligencia artificial”, de ese soñado logro de la autonomía, siempre se visualice una rebelión, una rebelión hacía el creador? Porque, cabe decirlo, lo “insoportable” de nuestra existencia, de nuestra libertad, nace también de la sospecha de un “creador”. Por otro lado, y al margen de las especulaciones futuristas, ¿no es también sospechoso que, al menos desde la instauración judeo-cristiana, la historia de occidente se halle cómoda con la mercancía apocalíptica? Porque, ciertamente, “el fin de los tiempos” vende, y mucho: vende salvación, vende temor, vende ambiciones, vende morbo y, en algunos casos, hasta esperanza; factores que reditúan, por ejemplo, en limosnas, armas, reproducción en masa y hasta taquillas!…
La venta de la esperanza creo que debe competerle a la filosofía, el discurso no puede ir a la par de la evidente degradación del medio ambiente por las innovaciones tecnológicas, sino mediado por la convicción de que ese impulso “natural” que es presentir la desaparición del mundo tras la propia muerte es sólo el inicio para experimentarse dentro del ethos como horizonte de sentido, pues tal como el mundo no se originó con nuestro nacimiento, no perecerá con nuestra muerte y sólo bajo la conciencia de que lo verdaderamente “natural” es la llegada de otros, los avances de la ciencia –y conste que no sueño con un regreso- dejarán de tener un camino lineal (el de la producción y el desecho) en un mundo que nos muestra que su “función y su forma”, es decir, su “esencia” es circular (el del reciclaje que sin intervención humana se da en la naturaleza).
¿Cómo sería esto posible? Me parece que toda narración ficticia “intuye” la respuesta, y digo “intuye” como forma ínfima de los alcances de la razón porque no deja de ser un planteamiento antropoformizado: el amor. Sí, ese aspecto vinculante que nos inhiere y que en su forma más comercial se nos presenta como sexuado (en el más morboso de los sentidos) es, sin embargo, en su sentido más originario, el único salvoconducto a nuestro “regreso a la tierra”. Si las teorías y el propio desarrollo del tejido social han conceptualizado (¿o reducido?) la acción creadora como homo faber y/o a animal laborans, bien puede ser tarea de la filosofía elevarla a sujeto amante, homo lover o cualquier concepto que, sin pecar de cursilería, desentrañe desde lo más racional de nuestra naturaleza la capacidad de pertenencia, y con ello de vinculación, armonía y respeto, al mundo. Una consideración de esta índole tal vez reconduzca nuestra prospectiva, siempre y cuando, desantropoformicemos al remitente de nuestro amor.

2 comentarios:

Manuel Guillén dijo...

Que la realidad supere a la ficción se me hace un mero cliché. No creo que se pueda edificar un argumento sobre tal tópico. Veremos que nos tiene que decir María Luisa el martes, con una diferenciación más fina de la ciencia-ficción que, evidentemente, no se puede agrupar toda en la misma clase, ya que existe una serie de subgéneros con sus propiedades características.
Saludos.

Yo dijo...

justo eso es lo que digo, que es un clichè con el que justificamos el devoramiento de la naturaleza pr la tecnologìa. Igual que el concepto de "ciencia ficciòn" que no creo que sea clichè pero sì falacia: la ciencia no crea ficciòn sino que la ficciòn crea ciencia (pensemos en Verne!)
Saludos!