artículo publicado en Reforma el 10710/2011
Tecnología del deseo
Por
Jesús Silva-Herzog Márquez
Steve Jobs fue el empresario
extraordinario que cambió la industria de la computación, del entretenimiento,
de la música. Sus inventos cambiaron el paisaje de nuestras casas, modificaron
nuestros hábitos, transformaron nuestra relación con la tecnología. Jobs fue,
ante todo, el diseñador de los objetos más emblemáticos de nuestro tiempo.
¿Puede hablarse de él como un artista? En algún sentido sí. Steve Jobs hizo una
pieza de cada invento. Fundió como nadie lo estético en lo utilitario. Mucho se
ha hablado de su talento comercial, de su capacidad para fundar una de las
empresas más exitosas del planeta. Me atrae más el hombre que le imprimió un
estilo a la tecnología. Se le ha comparado en estos días con otros grandes
inventores de la historia y con otros grandes hombres de negocio. Su
excentricidad, me parece, es que logró que la ingeniería trascendiera los
linderos de lo práctico. Su éxito económico se debe, a mi juicio, al hecho de
que sus máquinas reflejaban no solamente un ideal de modernidad sino también un
arquetipo de belleza. Una modernidad atractiva; una modernidad que deleita los
sentidos. La sensibilidad estética en Steve Jobs está a la altura de su
intuición empresarial y su inteligencia tecnológica. Coordinó a uno de los
equipos más talentosos para revolucionar los instrumentos que nos comunican y
nos divierten. No eran solamente ingenieros que sabían de números sino también
diseñadores que pensaban en formas, colores, ángulos y materiales. Coordinando
las dos lógicas -la de los técnicos y la de los creativos- creó un imperio.
Muchos han creado herramientas. Pocos las han convertido en objetos de
adoración. Nadie como él ha sabido imprimir alma a la tecnología. Los artefactos
con los que se asoció personalmente, las máquinas que bautizó públicamente en
grandes ceremonias, no son objetos: son seducciones. El tecnólogo era, en
realidad, un esteta.
Se ha ubicado al diseño como una creación inferior
al arte: una creatividad al servicio de una función. Imaginación subordinada a
un objeto que se reproduce mil veces. El artista rinde culto a lo inservible
mientras que el diseñador se somete al dictado de lo útil. Pero el diseño, como
nos recuerda Deyan Sudjic en El lenguaje de las cosas, logra captar "la belleza
de la utilidad". Las Mac, las varias generaciones del iPod, el iPhone, el iPad
son mucho más que contenedores de tecnología: son objetos de innegable poder
estético. Nuestra relación con ellos no es meramente utilitaria. Nuestro vínculo
es emocional, sensual, tal vez. Los inventos de Jobs son almacenes de música
pero son algo más; son teléfonos pero son algo más; son instrumentos de trabajo
pero también algo más. No me refiero al hecho de que cada cosa sirva para muchos
propósitos: lo que digo es que, además de servirnos, satisfacen otro apetito.
Objetos que nos recuerdan la vital aspiración de belleza. Creo que ésa es la
principal aportación de Steve Jobs, su principal mensaje: la era del
conocimiento tiene que ser también el tiempo de la sensibilidad estética, de la
creatividad artística.
El famoso discurso de Steve Jobs a los graduados
de Stanford se ha visto miles de veces en internet. Se trata de un conmovedor
elogio de la autenticidad, la osadía, la resistencia y el entusiasmo creativo.
En su mensaje, el fundador de Apple recuerda lo importante que fue para él el
estudio de la tipografía, ese arte de la comunicación que suele pasar
desapercibido. Una eme es una eme es una eme, pensarán los distraídos. Jobs, sin
embargo, sabía que una eme helvética conlleva un mundo de asociaciones
comunicativas. Más que hablar de su preparación técnica, de la utilidad de la
inteligencia matemática, Steve Jobs optaba por hablar de esa estación del diseño
gráfico. La pasión de Jobs por la tipografía reflejaba el respeto que sentía por
aquello que la ciencia nunca lograría explicar. Sabía bien que la grafía de las
letras de este periódico o de esta pantalla tiene una historia y concentra al
máximo la vocación comunicativa del diseño. Cada fuente tipográfica se pone al
servicio de la palabra, es vehículo de una idea y, al mismo tiempo, expone un
concepto, una cosmovisión. La tipografía, el diseño de letras y símbolos, es una
clave para ver el mundo. Cada letra debe ser creada con lupa para encontrar su
equilibrio, su elegancia su legibilidad. Pocos se percatarán del oficio pero
todos sentirán su peso. Ángulos, curvas, brazos, bastones, pies. Cada detalle
importa. La tipografía también comunica otra lección: cada letra de una fuente
forma parte de una familia. Lo mismo puede decirse de las criaturas que nacieron
del equipo coordinado por Steve Jobs. Su código de diseño es patente. En cada
nuevo artefacto puede verse la inteligencia de la tecnología y la elocuencia de
su forma. Función y estilo.
Steve Jobs imprimió personalidad a la mejor
tecnología de consumo masivo. Su logro no debe medirse solamente por criterios
técnicos o económicos sino también estéticos. Sus maquinitas no son meros
símbolos de estatus, objetos de un lujo accesible, representan una tecnología
del deseo
6 comentarios:
Bellos objetos esos creados por Jobs para los que llevan el estomago y la cartera llena, pero para aquellos sedientos del desierto que buscan entre la mentiras un poco de verdad, esos objetos no son más que chatarra que al igual que tu y yo envejecerán.
Tu cadencia en el lenguaje inspira eso que ni que, sin embargo el objeto del análisis parece ser tan solo un reflejo de un gigantesco espectáculo en el que la entrada esta reservada para los que han aprendido a alejarse de las figuras caleidoscopicas del ser.
un abrazo hermano
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